La gente va llegando a la fiesta, la mayoría son familiares o amigos de la familia, algunos conocidos y otros que asisten por la comida, como suele suceder en todas las fiestas.
Catorce años estoy cumpliendo y, de a poco, se va llenando el lugar. Llegaron mis tios Andres y Horacio, nunca se casaron los pobres, la tia Becha y mi prima Marisol y el abuelo que llegó bien temprano, mi amor hacia el es como el de un hijo hacia un padre, es mi idolo, un ejemplo a seguir.
Entran, miran la mesa, critican o halagan la comida, entablan conversaciones con conocidos y familiares que hace mucho que no ven. Ojo, no porque vivan afuera, sino porque en verdad no les interesa llevarse con esa gente. Es una fiesta donde la gente comienza charlas falsamente. Sin querer le diste un poco de pie a la chusma de la familia y te puso al día en todos los chusmerios.
¡Al fin! Al parecer se dieron cuenta de que la chica que se encontraba en la punta de la mesa, con vestido y una bincha, era yo. Me saludan, me dicen que estoy muy bonita y se van, asi como llegaron, a cuchichear con otros. Yo, que estaba esperando a que llegara mi papá (se habia ido a bañar y ya venia) para empezar la fiesta, le habia hecho prohibir a mi mamá que no tocaran nada de la mesa, ni la comida ni la sidra.
Llegó y con él, el fotógrafo. Un hombre con dimensiones de cuerpo limitadas, de pantalon marron, la corbata que le hacia juego con el mismo y camisa blanca. Con una cámara grande y un pie para ella. Desde que llegó, el pobre hombre fue atacado como si estuviera dentro de una jaula de leones fotogénicos.
- Vení para acá. - Andá para allá. - Parate ahí. - Sacá una foto acá. Le decian mis familiares que mucho no tenian que ver en la fiesta.
Y el pobre hombre, con sus pocas ganas de vivir, iba y venia sacando fotos. Sacó fotos a la mesa, a toda la gente que asistió, a mí con mis primos, a mí con mis padres, a mí con mis tios, a mí con este y con el otro. Lo odioso de que la fiesta sea en tu honor, es que ni el fotógrafo ni vos quieren sacar las malditas fotos que supuestamente quedan para el recuerdo. Pero no es asi, no. Esas fotos van a un álbum y ese álbum a un cajón de un mueble, que no se abre hasta la próxima reunión, que lo van a sacar y se van a reir del peinado de éste o la cara del otro.
Me llevan a "upa" a la habitación más grande, me acomodan algunos almohadones, que acompañan al fondo blanco de la habitación. Otra vez comienzan a mandar al pobre hombre que lo único que queria hacer era ir, sacar las fotos, e irse a su casa.
La gente cree que al hablar un poco más bajo, el resto de la gente pierde el audio. Escuché a mi tía que dijo: - ¡Ay!, pero pobre chica, se salvó de la muerte hace poco y le sacan la foto a sus piernas flacas e inmóviles; además, saquenle esos botines. Si, tía, tenés mucha razón. Yo no quiero que me saquen fotos, me empiezo a sentir un poco mal.
Mientras todos discutian si sacarme una foto con mi abuelo preferido era tan necesario o no, a mi me importaba más un vaso de agua, porque el aire estaba espeso, la luz era empalagante y el calor insoportable.
¿Por qué no apagan esa luz?, dije. Y esas fueron mis últimas palabras. Que desperdicio.
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